Él estaba ahí, enjaulado desde que nació. Pobre, él no tenía la culpa, ni sus padres tampoco, sólo se lo llevaron sin ninguna explicación. Y era demasiado indefenso como para escaparse, y a pesar de intentarlo, no lo logró. Y estaba ahí, mirándome como queriéndome decir algo. Yo recostada en el sillón, intenté no darle importancia, y seguí escuchando música, pero sentía su mirada, ¿viste cuando sabés que alguien te mira pero no lo estás mirando como para afirmarlo?, bueno, así. Hasta que ya mi duda era tanta, que decidí acercarme. Y mi cara cerca la suya, tan pequeña, que me daba miedo que mi respiración le afectara. Si, sus ojos querían transmitirme algo, y su voz también lo intentaba, pero para mí no era más que un dulce canto. Decidí abrirle la puerta, capaz eso era lo que quería, comida ya tenía, agua también, no le faltaba nada, sólo eso que nunca tuvo. Y lo hice, cuidadosamente levanté la rejita, el pequeño despacito se acercó, miró para los lados y se metió nuevamente, asustado. Tenía miedo, lo sentí. ¿cómo no tenerlo? Estar encerrado toda tu vida, y tener la posibilidad de salir, ver la realidad, estar en libertad.

Dejé la puerta abierta toda la noche, yo me fui a dormir. Escuché unos ruidos que hicieron que me despertara, abrí los ojos, y parado delante de mi pecho, estaba el pájaro.. No sé que pasó por mi cabeza, no me arrepiento tampoco, era una sensación tan extraña, como alguien reflejado en el pájaro diciéndome: es ahora, yo vine acá para que te des cuenta, ésta no es la vida que querés, vayámonos juntos de ésta mierda. Asi que agarré mis cosas, al pequeñito lo puse en hombro, y salí, me alejé de todos y fui en busca de nuestra libertad.